Todos queremos que las cosas nos salgan bien, y dedicamos un esfuerzo significativo para conseguirlo. Seguro que muchos de ustedes cuidan su alimentación (o lo intentan), hacen ejercicio (o lo intentan), respetan las normas de tráfico (o lo intentan), gastan menos de lo que tienen (o lo intentan)... Y todo eso sabemos a ciencia cierta que, por desgracia, no garantiza nada: las personas que cuidan mucho su salud sufren enfermedades, aquellas que respetan las normas de tráfico tienen accidentes, e incluso quienes tratan de no malgastar, a veces también se arruinan.
¿Significa esto que las medidas que tomamos para que nos vaya mejor en la vida son inútiles? Por supuesto que no, pero todos sabemos, asumimos y aceptamos que no eliminan por completo los riesgos. Sin embargo, sabemos que los reducen, muchas veces de forma muy significativa.
Ante esta incertidumbre inherente a todos los aspectos de la vida (tanto física como digital), hay diferentes tipos de reacciones. Hay quienes deciden no tener en cuenta los riesgos, y se lanzan a cometer imprudencias como si la cosa no fuera con ellos. Otros se dejan llevar por el miedo, y acaban invirtiendo una gran parte de su vida en tomar precauciones frente a sucesos que jamás van a ocurrir. Pero existe un tercer tipo, quizás el más peligroso de todos, que primero piensa que nada puede salir mal, y si luego ocurre algo malo, siempre culpa a los demás, sin incluir jamás en la ecuación su propia imprudencia, o la simple mala suerte.
La seguridad no es algo que se pueda comprar. Colocar un sistema de alarma en nuestra casa puede ayudarnos a vivir más tranquilos, pero no nos da la certeza absoluta de que nadie va a entrar a robar. Instalar un antivirus, un cortafuegos o un filtro para webs maliciosas reduce las probabilidades de que nuestro sistema sufra un ataque, pero no lo elimina por completo.
Por desgracia, durante mucho tiempo la seguridad se ha vendido como un producto, algo que se puede conseguir mediante una simple transacción comercial. Sin embargo, la seguridad es un proceso de vigilancia y análisis constante, algo que estamos acostumbrados a aplicar en nuestra vida diaria, pero que en el mundo de los ordenadores nos suele costar más trabajo aplicar. ¿Le abriría usted la puerta de su casa a un desconocido que llama al timbre, asegurando que, si le abre, le regalará una tablet?
La auténtica sensación de seguridad, completamente diferente de aquella tan falsa y cómoda que se obtiene mirando para otro lado, surge de la experiencia y del esfuerzo constante para conocer y corregir los riesgos que tiene nuestro sistema. Y si ocurre un incidente, nos dará la certeza de que tuvo lugar a pesar de que hicimos todo lo que estaba en nuestra mano para evitarlo.
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